Entro con mi padre al bar de siempre a tomar café, porque hasta el momento que doy el primer sorbo al ‘cortau’, no somos un padre y una hija, sino un padre y un proyecto de persona.
Bien, nosotros provocamos un curioso efecto cuando entramos a locales y demás establecimientos. Tenemos –doy fe-, la capacidad de llenar bares y tiendas que están vacíos a nuestra llegada.
Así, el bar desierto hasta que llegamos –no es vanidad, lo prometo, les invito a comprobarlo cuando lo deseen-, de pronto es puro bullicio aderezado con humo pestilente. Y es que encima, todos aparecen a la vez, en plan ‘Show de Truman’.
El segundo sorbo del café casi se me atraganta cuando un chavalín sale como una exhalación con una especie de ballesta o artilugio cargado con llamativas flechas mientras su madre, con parsimonia diametralmente opuesta a la de su hiperactivo vástago, advierte despreocupada:
- ¡Deivíííí! ¡A ver si vas a dar a alguien!
Cabe la posibilidad, ciertamente. Pero dudo que ‘Deiví’ haya oído la advertencia de su pachangona madre. A lo lejos parece que veo quejarse a un viejillo que tiene una flecha azul celeste clavada en un ojo.
¿Se imaginan la reacción –retardada-, de la madre del pequeñín?
- ¿Qué te había dicho, Deiví?
Con el regusto de un café que nos ha removido hasta la conciencia, nos dirigimos al servicio técnico, o al menos así se hace llamar. Resulta que el último modelo de móvil con 3G y 5J’s, con Bluetooth y rayos ultravioleta, con 18 megapíxel, con Blueray y hasta Aloe Vera... no carga. Que no funciona, vamos.
Esperamos la larga cola pacientemente, y cuando sólo nos quedan dos personas por delante, aparece una tipa con aparente prisa que invade tu espacio vital. Guarda silencio y está quieta, pero su lenguaje corporal dice, sin lugar a dudas, “los últimos serán los primeros, y me voy a colar”. Cuando sientes su aliento pestoso en tu nuca, se crea un ambiente tenso y violento. Te preparas para evitar que la tía sortee obstáculos y se ponga por delante de todos los que la precedemos, que a sus ojos de arpía venida a menos debemos de parecerles mero atrezzo de la tienda.
Además de la capacidad de llenar establecimientos, se puede decir que de mi padre he heredado otro poder genético: el de la credulidad. Confiamos en los seguros, en las garantías, en que el servicio técnico es eso, técnico.
Pero nada más lejos de la realidad. Tras el mostrador nos atiende la que parece la hermana adulta del Deiví, con una vestimenta que lo mismo vale para atender nuestras dudas sobre la batería del móvil que para ir de barbacoa.
- Joder, es que me he cortado las uñas, macho... No puedo quitar la tarjeta...
Lo de “macho” va por mi padre de cincuenta y pico años. Intuyo que el adjetivo no le pega nada, pero la hermana de Deiví no se percata y me espeta:
- ¿Tú tienes uñas?
Junto al poder de atestar lugares vacíos y de confiar excesivamente en la humanidad, añado el poder –de dudosa utilidad, todo hay que decirlo-, de escasa reacción ante este tipo de situaciones. Sí, se dirige a mí, me pide que yo de el curso avanzado en telefonía móvil en su lugar y que solucione sus dudas, que son, manda pelotas, las mías.
Pero nosotros no somos los únicos con poderes, no crean. Hay gente, como la hermana de Deiví, que tiene esa capacidad de responder con aplastante naturalidad “ni idea” a cuestiones que se supone debieran conocer.
- ¿Cómo puedo darme de baja en este servicio?
- Ni idea-, sonríe, satisfecha de sí misma.
Al final dejamos a la hermana de Deiví con el teléfono último modelo, porque la garantía sostiene que, aunque la solución resida en un simple cargador, es preciso enviar a Groenlandia todo el equipo: el cargador, el móvil, la factura, las fotos hechas con los 18 megapíxel y hasta las uñas de la eficiente ‘técnica’.
Damos por supuesto la respuesta a “¿Cuánto tardarán en arreglarlo?”, así que eso que nos ahorramos.
Lo irritante de todo esto es que, cuando una sale del ‘servicio técnico’ y se enfrenta a la realidad color crudo y sabor acre, le exigen tres idiomas y cuatro años de experiencia para sacar la basura de un portal (se valorará máster en tratamiento de residuos así como don de gentes). Supongo que es importante saber decir “ni idea” en, al menos, dos idiomas. Busco oxígeno y grito:
- ¡¡¡¡¡Deivíííí!!!.... ¿Te queda alguna flecha?
Pie de foto: Descargada ilegalmente de aquí. Perdonen las molestias. Por cierto, antes de que lo pregunten, me declaro insolvente. Por si acaso.
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4 comentarios:
Conozco a la hermana de Deivi. Pero me tiene despistada, porque tan pronto mide 1.80, como es muy bajita; un día era rubia pero todos los demás morena; a veces pesa 90 kilos y otras es un fideo. La conozco, también cambia mucho de edad. Pero a mí no me engaña, la reconozco por esa forma de decir 'Nidea'. Debe de ser muy buena porque primero trabajaba en Vodafone y ahora se la han llevado los de Movistar.
¡Ajá! ¡En el clavo!
Y en Orange, también estuvo en Orange la semana pasada, que la padecí yo, mecaueeeen.
Y te miran con ojos de Heidi... para que tú les pongas los de Pedro.
Laletxe, todavía no he aprendido a encender las pupilas como la Rottenmeier. Tiempo al tiempo...
¡Me temo que nos queda mucha protesta por delante para llevar a cabo la Revolución de los Consumidores! ;-)
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