El líder flaquea en la escena en cuestión, cae de rodillas ante el suelo impío del bosque cuando trata de huir con su 'pueblo' en pleno bombardeo nazi. Delante de sus desesperados ojos, el agua que les separa de una salida terrestre se antoja un imposible. Todos preguntan asustados qué van a hacer. Cómo cruzaran el obstáculo farragoso e interminable. Qué harán con los niños. Y con los enfermos.
Entonces, aparece el sucesor del líder, que ya era cadáver en la memoria de los supervivientes. Aparece, fusil en mano, y sin temblarle la voz pregunta un tanto airado por qué demonios están todos parados sin hacer nada. Los supervivientes le explican la situación. El líder permanece arrodillado, ensimismado ante el pantano que le separa de su victoriosa salida.
"Es imposible", suplica alguien entre sollozos.
- Imposible es lo que hemos hecho hasta ahora. No hay nada imposible. Los fuertes ayudarán a los débiles.
Hasta ahí el guión no se sale de lo establecido. Pero entonces viene el pragmatismo conmovedor del guerrero, que devuelve la fe a quienes se creían perdidos y ya no hacían más que esperar en silencio el sonido ensordecedor del siguiente bombardeo.
- Dadme esa cuerda. Y dadme todos vuestros cinturones-, ordena el joven mandatario.
Así, la resistencia retomó la lucha por tierra, mar y aire. Encadenados y amarrados a un gran cinturón colectivo. Próxima misión: tierra firme.
Y lo consiguieron. Derrotaron tanques. Devolvieron la fe. Salvaron vidas. Enterraron con dignidad a otras muchas. Dieron sentido a todas y cada una de ellas.
Mi moraleja insomne: No creo en los brotes verdes, ni siquiera en las raíces. Sólo en el puñado de semillas (posibilidades) que tiene uno en su puño en el momento.
1 comentario:
Lo hice porque no sabía que era imposible.
¿No lo dijo Einstein?
¡Toma castaña! (esto último tan cutre es de mi cosecha)
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