Tal como yo lo veo, en un hospital o centro médico es tan importante no fumar como guardar unas mínimas reglas de cordial convivencia. Es decir, hablar poquito y bajito, que estamos enfermitos. Y cansados de esperar.
Lo peor no es pasar horas y horas alimentando la paranoia mientras respiras posibles virus, sino escuchar las carcajadas y los detalles más insignificantes de una vida fútil que no nos interesa en absoluto.
No quiero rozar el autoritarismo ni tampoco pido que reine el silencio absoluto -seamos realistas: los sueños, sueños son-, pero considero que al menos tengo el derecho a no oir las estupideces del personaje insulso de turno en sonido Dolby Surround. Digo yo.
Me sucedió el otro día, mientras esperaba paciente en la sala de espera del hospital de día, a la vez que iba agotando los recursos de la máquina de café tentadoramente cerca del lugar -por cierto, ¿han probado el café a la avellana? Sorprendentemente delicioso-.
Entonces una tipeja alegre y sandunguera hace su aparición estelar y comienza a aburrir a su lastimoso contertulio y por supuesto, al resto de los allí presentes.
La retahíla de temas aumenta gradualmente hasta lo bochornoso. Empieza animada con los progresos de la operación de un presunto familiar o lo que sea, pero luego olvida rápidamente al paciente y empieza a hablar de la asiduidad con la que su hijita -sí, lamentablemente esta mujer tiene a su cargo a una personita inofensiva-, se lava la cabeza, relata con pasmosa expresividad sus últimas travesuras en el 'cole' -sospecho que la verdadera autora de tales chiquilladas es ella-, la última cena en el restaurante chino donde se intoxicaron a muy buen precio y quedaron realmente satisfechos, la última de la Lore, del Rober y de la Yoli... Así sucesivamente.
Al fin, el Ser Supremo se apiada de nuestras malditas almas y el amigo se despide de la tipeja molesta. Creo que le ha dicho algo como que ha ido a fumar. Pero pongo la mano en el fuego porque el tipo no ha probado un cigarrillo en su vida. Es una escapatoria. A lo Prison Break.
Por unos instantes, reina la paz y la tranquilidad en la atestada sala de espera. Una olvida los virus y respira como si de pronto se encontrara en lo alto del Himalaya. Da igual la espera, el murmullo de otras conversaciones fatas y fáticas. Es un murmullo, no una voz desagradable que te ataladra el cerebro. Es llevadero con café a la avellana o sin. Vuelvo a concentrarme en mi libro.
Pero el Destino es cruel, y vengativo. Suena un móvil. Rezo con toda mi alma porque no sea el de la tipeja chillona y petarda. Pero el Destino es cruel.
- ¡Hola guapísima! ¿Qué pasa contigo gooolfaaa?
No puedo evitar asociar la imagen veraniega de la pedorra en cuestión con la expresión popular 'hija de la Gran Bretaña'.
Vuelven las carcajadas en estéreo, risas enlatadas que acompañan la crónica de una vida que, insisto, no tengo ninguna gana de escuchar, ni de oir, ni de percibir. Creo que ni siquiera a ella le interesan la cantidad de tonterías que está contando. Quizá por eso el elevado volumen de su discurso: necesita que alguien la escuche, la mire. Aunque sean miradas de odio y rencor asesino. Supongo que no son más que los nocivos efectos secundarios de la cultura del reality 'txow': Vendemos a precio de oro vidas que no valen nada, y a bombo y platillo. Tener algo realmente importante que decir, es secundario. Horror vacui. Cuéntale al mundo tu última barbacoa y como a Jesús se le quemaron la costilla y parte de la butifarra, y todo por no hacerte caso.
En fin. Yo trato de evadirme en la lectura del libro, intento concentrarme en algo positivo y silenciar así la odiosa voz. Pero el tiempo pasa y no puedo ignorar el taladro mental.
De fondo, suenan los más ridículos politonos que uno pueda 'contratar' a través de los soporíferos anuncios de televisión. Lo del 'último grito' se convierte en una expresión completamente literal.
Repaso visualmente la dantesca escena y mis ojos tropiezan con un cartel que se me antoja revelador, como un sospechoso mensaje tipo 'Matrix'. El anuncio, dirigido a los pacientes impacientes que pierden los nervios con el personal sanitario, reza así: "La agresión no es la solución".
Pie de foto: Muchas gracias por facilitarme esta preciosa y significativa instantánea. Captada de aquí.
lunes, 15 de junio de 2009
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