Debo de ser una mala persona.
De lo contrario, ¿por qué me cuesta creer que la actriz de turno y la marca prestigiosa de bolsos exorbitantes se han aliado para dar de comer a los pobres huérfanos de Ghana sin ánimo de lucro y por pura compasión humana?
Cada vez soy más consciente de que por mis venas, en lugar de sangre, corren litros de vinagre peleona.
De lo contrario, ¿por qué me cae tan sumamente mal ese ecologista de traje y con un caché de 200.000 dólares por demagógica conferencia? Respuesta correcta: me refiero a Al Gore, ese gurú con tremenda visión, puesto que nadie como él ha sabido aprovechar la última tendencia: ser aparentemente biosostenibles.
Comer soja y desnudarse en contra de los desalmados y abominables carnívoros, blabla.
Sepan que, al parecer, si en el contrato de este afable hombre no consta con quién ha de posar para la prensa gráfica, éste se negará a que lo fotografíen, ya que no hay cláusula que así lo determine. Y porque él lo vale.
Ya lo ven: he ahí la ‘verdad incómoda’ del señorito Gore.
Con todo, debo de ser también una pésima ciudadana con tendencia natural a la delincuencia y con cierta debilidad hacia lo ilegal.
¿Pero es que acaso existe algo hoy que no esté prohibido por este poder político enfermizo y paternalista, que encima no nos da la paga?
¿Cómo es posible que haya ‘manteros’ en la cárcel por deshonrar el patrimonio creativo, contante y sonante de discográficas, productoras y/o marcas de lujo que colaboran los años bisiestos con la causa saharaui mientras asesinos, terroristas con o sin traje y violadores viven libres y felices, amparados bajo el amplio arsenal de leyes protectoras del verdugo?
Perdónenme la sarta de improperios, pero tengo que confesar que a veces me cuesta conciliar el sueño cuando los líderes de nuestro putrefacto ecosistema se quejan de la emergente economía sumergida.
Me cuesta tildar de ‘defraudadora’ a esa señora que tiene que pluriemplearse limpiando casas y portales para poder pagar la hipoteca y mantener a su hija.
No asocio la palabra ‘fraude’ con aquel operario que se somete a extenuantes jornadas de trabajo a cambio de un irrisorio sueldo ilegal y “en negro”.
¿Son estos supervivientes de la crisis a la que han sido forzosamente avocados los supuestos estafadores a los que debemos temer y perseguir?
En mi opinión la respuesta está clara: NO.
No mientras diversos Madoff disfrazados de ONG’s campen a sus anchas.
Y que no nos vendan la moto, que no hay crédito para ello.
Game over.
¿Insert coin?
Pie de foto: Que no cunda el pánico, tan sólo se trata de una manipuladora foto de un simulacro de accidente de tráfico en un instituto. Pero todo se andará.
domingo, 29 de marzo de 2009
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