jueves, 23 de octubre de 2008

Ponga un pseudointelectual en su vida

Vaya, vaya, vaya. Quizá ustedes no lo sepan, pero es que el último grito intelectual ya no es seguir en versión original surround los documentales de ‘La 2’. Lo más ‘in’ es decir que no tienes tiempo para verlos. Ni los documentales, ni los informativos, ni, por supuesto, los 'salsa aliolis' ni las 'mayonesas rosas'.

Y es que los medios, una vez más, vuelven a ser los malos de la película. Resulta que todas esas cifras de audiencia espectaculares son absolutamente falsas. No es que redondeen hacia arriba con unos cuantos televidentes. No, no. Es que nadie ve la tele ya.
Que ahora lo que se lleva es estar estresado y, en los escasos ratos libres, viajar a Punta Cana y leer a Zafón (lo siento Zafón, no es nada personal, en serio).

Así que esas tenemos. Resulta que una profesora de inglés pregunta en una clase variopinta, heterogénea y pintoresca si conocemos ‘x’ programa televisivo, que es ampliamente conocido por el común y humilde de los mortales, y se oyen voces inteligentes y disidentes que se ‘highlight’ de la masa con un arrogante “yo es que no veo la televisión”. Claro, por eso te acabas de comprar el TDT más potente y un plasma tan grande que atraviesa las paredes de tu casa. Pero eso no lo dices, ¿verdad listillo/a?.

Disculpen el exabrupto, pero es que estos pseudointelectuales de pacotilla me sacan de quicio. Y es que esta irascibilidad mañanera mía me pasa factura a lo largo del día, y al final una tiene que desahogarse como puede.

Cada mañana, una batalla interna. Una causa que reivindicar y por la que luchar. Hoy, tenemos con nosotros a ese grupillo fascinante que son los pseudointelectuales. Incultos, aunque sobradamente descarados y sin complejos, opinan con soberana alegría de cualquier cosa y con una rotundidad aplastante y cuanto menos, sospechosa.

Sus argumentos son más que dudables, pero los muy demagogos se las saben todas. Y si la cosa se pone fea, la solución es sencilla: La culpa es de los periodistas.
Y si el contertulio del pseudointelectualillo de turno se sorprende cuando éste culpa a los periodistas del cambio climático y del crack bursátil, entonces hace uso del comodín clásico e infalible: “La televisión es la fuente de todos nuestros males. Esa caja tonta que yo, por supuesto, jamás veo. Porque yo no soy tonto. Como en el eslogan de esa tienda. Sí, donde el otro día me compré un pedazo de plaa… plancha, plancha. Una pedazo de plancha”.

Pero esta mañana, la soporífera clase homologada y europea de inglés ha venido aderezada de otro jocoso comentario que ha herido profundamente mi corazón de periodista recién lisensiada.

“- Estos diarios gratuitos son una pu… mier…. Mira… ¡Prff!... No te enteras de nada, no tiene estructura…”.

Ajá, si tenemos un analista de medios entre nosotros, y yo sin saberlo. Una vez más, he cometido el craso error de callarme y dejar que los que rodeaban a este sujeto le rieran la gracia. Debe ser que ninguno de ellos ve la televisión y que por eso son todos muy listos y yo muy tonta, porque no le he pillado la gracia al chiste.

Verá, señor analista dicharachero. La prensa gratuita es para lo que es: para enterarse mediante un titular grande y entre muchos anuncios de lo que ha pasado en su barrio mientras usted viaja en el metro de su casa a su lugar de trabajo. Por cierto, ¿en qué trabaja o trabajaba usted, honrado ciudadano?. Quisiera añadir que ha ofendido a mis compañeros, e incluso a mí misma, porque quizá mañana yo trabaje en uno de esos periódicos gratuitos que tanto desprecia.

Lo que quizá no se atreva a decir es que usted forma su opinión en base a esos escuetos y desestructurados titulares. Porque si tanto le irritan como para hacer tan explícito comentario, tiene la opción de no leerlos. Esquive a las personas que los reparten. Creo que de momento no portan armas y su seguridad, por tanto, no corre ningún peligro.

Y si quiere ir más allá, rasque el bolsillo y compre uno o varios periódicos de pago y critíquelos si tiene… ganas.

Por lo demás, no tengo nada más que añadir. Les dejo que voy a releer el Tratado Filosófico de Wittgenstein para reflexionar acerca de la complejidad del ser humano. Después, antes de dormir, repasaré un poco a Kant y finalmente, votaré vía SMS por la Chonchi para que gane en ese programa reality txow que yo no sé que existe siquiera. Hasta luego, corazones.

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