“Por eso vuelven a salir elegidos los mismos políticos, porque la opinión mediática es la que prevalece, y la mayoría de la gente no reflexiona, está futbolizada o
granhermanizada”.
José Luis Sampedro
“Conjunto de cualidades de una persona que la hacen atractiva en televisión”. Así define la Real Academia Española la telegenia, concepto actualmente en boga en plena campaña electoral. Acierta Gabriel Colomé cuando afirma que hoy en día prima el político mediático y seductor frente al político clásico. Y es que la televisión se ha convertido en un instrumento imprescindible para lograr la participación del ciudadanía en las próximas elecciones generales del nueve de marzo. Así, los asesores socialistas están convencidos de que los dos “cara a cara” televisivos entre el presidente Jose Luis Rodríguez Zapatero y el líder de la oposición Mariano Rajoy serán favorables independientemente del desarrollo de éstos, alegando que aportarán tensión a la campaña y que por tanto, incentivarán la participación (ABC, 16 de diciembre de 2007, pág. 26).
Precisamente lo que cuenta es eso: movilizar a la persona que está sentada frente al televisor viendo el combate electoral. Como es bien sabido, la reflexión y la profundidad no son valores asociados a la televisión, y mucho menos a la que impera hoy en día. Por ello, el elemento puramente emotivo, subjetivo y psicológico es fundamental. Lo verdaderamente importante no es el contenido del discurso del político de turno, sino sus gestos, su corbata, su peinado, su mirada, su forma de hablar y moverse. En otras palabras: “contenido emocional”, atendiendo a la terminología de Lakoff, uno de los fichajes más prestigiosos que rodean a Zapatero.
No obstante, no todo el mundo cree firmemente en el poder de la telegenia a la hora de promover el voto. Jorge Rábago, director del departamento de Telegenia del Partido Popular, se muestra escéptico en torno a la creencia de que el triunfo televisivo de un líder político movilice al 4% de los votantes. En realidad, ningún sondeo ni programa del tipo “Tengo una pregunta para usted” (TVE) debería determinar nuestra intención de voto. Somos mucho más críticos que las corrientes mediáticas o la presión social. Por supuesto. Faltaría más.
Pero lo cierto es que la realidad es bien distinta. Cada vez nos dejamos llevar más por la persuasión de los medios de comunicación de masas y nos importan cada vez menos las convicciones y principios políticos de un partido u otro. Los programas electorales son aburridos; por tanto, no son noticia. A excepción de programas más o menos polémicos como pudieran serlo el de partidos bajo el eterno punto de mira judicial como ANV, el resto de los programas son bastante parecidos en el fondo, matices aparte. Todos quieren la paz y el desarrollo económico. Todo eso ya lo sabemos. Entonces, ¿qué nos mueve realmente a votar a uno u a otro? ¿Votamos el ideario de un partido político o por el contrario escogemos el carisma del líder que más nos ha convencido?.
Nos encontramos en un punto de inflexión en la actual política española. Desde 1993, cuando tuvieron lugar dos debates en cadenas privadas (Antena3 y Telecinco) entre Felipe González y Jose María Aznar, es la primera vez que políticos presidenciables dan la cara en televisión. Habrá un antes y un después de estos debates que aún no tienen fijadas las cadenas que tendrán el placer de transmitir tal primicia. La televisión nos facilita la vida, nos la hace más digerible y digestiva. ¿No le apetece leer el programa electoral del partido con el que simpatiza?. No se preocupe, nosotros nos encargamos de poner guapos a los dirigentes y les dejamos tan sólo escasos minutos para que condensen y sinteticen todo lo que usted desea saber. Nosotros ponemos el plató, persuadimos. Usted creáselo, muerda el anzuelo y vote. Da igual a quién, pero -¡Por Dios!-, vote. La abstención es lo único que nos mata. Eso es lo único en lo que todos estamos de acuerdo. Todos los colores políticos. Derecha. Izquierda. Negro, blanco y gris.
Y como no podía ser de otro modo, el pionero en todo este asunto de la telegenia es Estados Unidos. Nixon y Kennedy deleitaron a la audiencia americana -70 millones de televidentes- con cuatro duelos televisivos en 1960. A partir de ahí, todo vino rodado. Y no ha parado.
Paul Kennedy, director del Instituto de Estudios sobre Seguridad Internacional en la Universidad de Yale, critica la “pantomima electoral” norteamericana y afirma que los políticos “llenos de labia e hiperactivos” sienten la necesidad de dar su opinión sobre cualquier cosa, y añade: “los medios de comunicación les citan varias veces al día, lo que está haciendo que la gente empiece a pensar en tapones para los oídos” (El País, 29 de noviembre de 2007, pág. 35). Para Kennedy, esta sobrecarga de verborrea electoral produce un efecto de acumulación que es “el de un gigantesco espectáculo, mezcla de talk-show y juegos malabares, en el que las palabras pierden su significado, lo que importa son las apariencias y no hay tiempo para reflexionar”. Y es que en Estados Unidos el despliegue de telegenia y demás parafernalia casi no tiene límites. Los programas de entrevistas y debates inundan hasta la misma mañana del domingo, día para la supuesta “jornada de reflexión”. Se hace así comprensible el sentimiento de hartazgo de Kennedy, que recuerda la diplomacia de Bismarck e insta a los políticos al silencio durante, al menos, una semana. Y lo pide por favor.
Pero tampoco hemos de cruzar el charco para observar otros llamativos y no menos efectivos casos de telegenia política. Ahí tenemos a Sarkozy en el país vecino, en Francia. ¿Qué hubo de contenido en los duelos entre Sarkozy y Royal?. Reflexionemos. Volvamos atrás en el tiempo. No es nuestra mala memoria, es que la apariencia física y las relaciones conyugales de los aspirantes a gobernar la República Francesa predominaron en toda la campaña. Y Sarkozy ha continuado con esa misma estrategia, dada su efectividad. Ahora los medios de comunicación, entre atentado de Al Qaeda y ETA y el turbio asesinato de Benazir Bhutto, no nos ofrecen más que grandes dosis de imágenes del periplo de enamorados (millonarios) Sarkozy y Bruni. ¿Qué trata de tapar Sarkozy con su idilio de quinceañero meloso? ¿Por qué trata de desviar nuestra mirada hacia una luna de miel en Egipto? Y lo que es peor aún: ¿Por qué pican los “incautos” medios de comunicación y no paran de hacerse eco de la... “noticia”??
A pesar de todo, el filólogo y profesor José María Romera opina que a “Sarkocircus” -así es como deben de haber apodado los que se oponen al mandatario francés-, no le irá mal en estos tiempos de culto a la personalidad “donde las ideas y los programas se subordinan a la imagen personal del político”. Así que nos queda crónica rosa-pseudopolítica para rato. De momento Rajoy ya ha tomado nota y ha colgado en la red fotos de su infancia. Pronto los políticos pasarán del fenómeno de los blogs y saltarán a los fotologs, donde podremos ver las fotos del último verano de José Blanco o donde podremos disfrutar de la última barbacoa de la siempre polémica y combativa Magdalena Álvarez.
Por otro lado, ¿se han preguntado alguna vez por qué Zapatero aparece sonriente en el 99,9% de sus apariciones públicas? Seguramente todo esto tenga alguna explicación más o menos lógica.
En el futuro, las cocinas de los dirigentes políticos no darán abasto. Por un lado, los sondeos se tostarán en la freidora; por otro, los debates de televisión se cocinarán a fuego lento. Todo estará estrictamente preparado hasta el último detalle. Lo único improvisado será nuestra escurridiza intención de voto, y lo será por poco tiempo. Las propuestas no serán más que un insípido entrante relativamente necesario. El plato fuerte lo pondrán la empatía y la capacidad de seducción del chef político. ¿Gustan?
Precisamente lo que cuenta es eso: movilizar a la persona que está sentada frente al televisor viendo el combate electoral. Como es bien sabido, la reflexión y la profundidad no son valores asociados a la televisión, y mucho menos a la que impera hoy en día. Por ello, el elemento puramente emotivo, subjetivo y psicológico es fundamental. Lo verdaderamente importante no es el contenido del discurso del político de turno, sino sus gestos, su corbata, su peinado, su mirada, su forma de hablar y moverse. En otras palabras: “contenido emocional”, atendiendo a la terminología de Lakoff, uno de los fichajes más prestigiosos que rodean a Zapatero.
No obstante, no todo el mundo cree firmemente en el poder de la telegenia a la hora de promover el voto. Jorge Rábago, director del departamento de Telegenia del Partido Popular, se muestra escéptico en torno a la creencia de que el triunfo televisivo de un líder político movilice al 4% de los votantes. En realidad, ningún sondeo ni programa del tipo “Tengo una pregunta para usted” (TVE) debería determinar nuestra intención de voto. Somos mucho más críticos que las corrientes mediáticas o la presión social. Por supuesto. Faltaría más.
Pero lo cierto es que la realidad es bien distinta. Cada vez nos dejamos llevar más por la persuasión de los medios de comunicación de masas y nos importan cada vez menos las convicciones y principios políticos de un partido u otro. Los programas electorales son aburridos; por tanto, no son noticia. A excepción de programas más o menos polémicos como pudieran serlo el de partidos bajo el eterno punto de mira judicial como ANV, el resto de los programas son bastante parecidos en el fondo, matices aparte. Todos quieren la paz y el desarrollo económico. Todo eso ya lo sabemos. Entonces, ¿qué nos mueve realmente a votar a uno u a otro? ¿Votamos el ideario de un partido político o por el contrario escogemos el carisma del líder que más nos ha convencido?.
Nos encontramos en un punto de inflexión en la actual política española. Desde 1993, cuando tuvieron lugar dos debates en cadenas privadas (Antena3 y Telecinco) entre Felipe González y Jose María Aznar, es la primera vez que políticos presidenciables dan la cara en televisión. Habrá un antes y un después de estos debates que aún no tienen fijadas las cadenas que tendrán el placer de transmitir tal primicia. La televisión nos facilita la vida, nos la hace más digerible y digestiva. ¿No le apetece leer el programa electoral del partido con el que simpatiza?. No se preocupe, nosotros nos encargamos de poner guapos a los dirigentes y les dejamos tan sólo escasos minutos para que condensen y sinteticen todo lo que usted desea saber. Nosotros ponemos el plató, persuadimos. Usted creáselo, muerda el anzuelo y vote. Da igual a quién, pero -¡Por Dios!-, vote. La abstención es lo único que nos mata. Eso es lo único en lo que todos estamos de acuerdo. Todos los colores políticos. Derecha. Izquierda. Negro, blanco y gris.
Y como no podía ser de otro modo, el pionero en todo este asunto de la telegenia es Estados Unidos. Nixon y Kennedy deleitaron a la audiencia americana -70 millones de televidentes- con cuatro duelos televisivos en 1960. A partir de ahí, todo vino rodado. Y no ha parado.
Paul Kennedy, director del Instituto de Estudios sobre Seguridad Internacional en la Universidad de Yale, critica la “pantomima electoral” norteamericana y afirma que los políticos “llenos de labia e hiperactivos” sienten la necesidad de dar su opinión sobre cualquier cosa, y añade: “los medios de comunicación les citan varias veces al día, lo que está haciendo que la gente empiece a pensar en tapones para los oídos” (El País, 29 de noviembre de 2007, pág. 35). Para Kennedy, esta sobrecarga de verborrea electoral produce un efecto de acumulación que es “el de un gigantesco espectáculo, mezcla de talk-show y juegos malabares, en el que las palabras pierden su significado, lo que importa son las apariencias y no hay tiempo para reflexionar”. Y es que en Estados Unidos el despliegue de telegenia y demás parafernalia casi no tiene límites. Los programas de entrevistas y debates inundan hasta la misma mañana del domingo, día para la supuesta “jornada de reflexión”. Se hace así comprensible el sentimiento de hartazgo de Kennedy, que recuerda la diplomacia de Bismarck e insta a los políticos al silencio durante, al menos, una semana. Y lo pide por favor.
Pero tampoco hemos de cruzar el charco para observar otros llamativos y no menos efectivos casos de telegenia política. Ahí tenemos a Sarkozy en el país vecino, en Francia. ¿Qué hubo de contenido en los duelos entre Sarkozy y Royal?. Reflexionemos. Volvamos atrás en el tiempo. No es nuestra mala memoria, es que la apariencia física y las relaciones conyugales de los aspirantes a gobernar la República Francesa predominaron en toda la campaña. Y Sarkozy ha continuado con esa misma estrategia, dada su efectividad. Ahora los medios de comunicación, entre atentado de Al Qaeda y ETA y el turbio asesinato de Benazir Bhutto, no nos ofrecen más que grandes dosis de imágenes del periplo de enamorados (millonarios) Sarkozy y Bruni. ¿Qué trata de tapar Sarkozy con su idilio de quinceañero meloso? ¿Por qué trata de desviar nuestra mirada hacia una luna de miel en Egipto? Y lo que es peor aún: ¿Por qué pican los “incautos” medios de comunicación y no paran de hacerse eco de la... “noticia”??
A pesar de todo, el filólogo y profesor José María Romera opina que a “Sarkocircus” -así es como deben de haber apodado los que se oponen al mandatario francés-, no le irá mal en estos tiempos de culto a la personalidad “donde las ideas y los programas se subordinan a la imagen personal del político”. Así que nos queda crónica rosa-pseudopolítica para rato. De momento Rajoy ya ha tomado nota y ha colgado en la red fotos de su infancia. Pronto los políticos pasarán del fenómeno de los blogs y saltarán a los fotologs, donde podremos ver las fotos del último verano de José Blanco o donde podremos disfrutar de la última barbacoa de la siempre polémica y combativa Magdalena Álvarez.
Por otro lado, ¿se han preguntado alguna vez por qué Zapatero aparece sonriente en el 99,9% de sus apariciones públicas? Seguramente todo esto tenga alguna explicación más o menos lógica.
En el futuro, las cocinas de los dirigentes políticos no darán abasto. Por un lado, los sondeos se tostarán en la freidora; por otro, los debates de televisión se cocinarán a fuego lento. Todo estará estrictamente preparado hasta el último detalle. Lo único improvisado será nuestra escurridiza intención de voto, y lo será por poco tiempo. Las propuestas no serán más que un insípido entrante relativamente necesario. El plato fuerte lo pondrán la empatía y la capacidad de seducción del chef político. ¿Gustan?
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