martes, 24 de noviembre de 2009

Sin título


Como hipnotizado, perdió su mirada en el oceáno blanco y baldío del folio. Quería escribir no una historia, sino la historia. Algo que reprodujera las palabras "digno de elogio" en los labios de otros. Quería un best-seller cuidadosamente encuadernado y el guión del mismo en las manos de una súper-productora de Hollywood.

Y sin embargo, los minutos pasaban impíos y la inspiración no hacía acto de presencia. La lucidez también se retrasaba. De pronto, salió de su ensimismamiento y dirigió la mirada a la cama.

La cama de su cuarto de adolescente.

"Aún no he vivido suficiente", concluyó. "No he vivido grandes experiencias que merezcan un relato, no puedo escribir sin haber vivido antes algo mínimamente... memorable", se convenció. "Además, tampoco he leido suficiente como para desarrollar una mente lúcida e imaginativa", añadió.

La reflexión silenciosa comenzaba a jugar con lo filosófico, pero entonces la fragilidad de ese instante se hizo añicos.

- ¿Qué? ¿Has terminado ya tu redacción de inglés? ¿Quieres que te prepare la merienda?

Volvió al folio en blanco. Suspiró resignado. Aquella serie de preguntas típicas de una madre bien valían el comienzo de una novela. O un relato. O un cuento.

O una redacción de inglés.

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