Es curioso cómo un simple y desinteresado "¿qué tal?" puede animar un día de inestable cambio climático. Al final, te acabas subiendo al carro de los intereses, de las hipótecas y de los contratos verbales. Todo acaba reduciéndose a un "Hola, buenas, ¿tienes esto? Pues dame aquello". A veces, incluso el "Hola" y el "Buenas" brillan por su ausencia.
Por eso, se hace extraño que en una parada de ese carrusel de la locura y el estrés alguien te diga un qué tal y que tan sólo signifique eso: qué tal te va. Sí, a ti. ¡Con lo vanidosos que somos! -vuelvo a cobijarme y a reconfortarme en la cálida primera persona plural- ¡Oír algo así hoy en día es todo un logro!!¡Extra!¡Extra! (extraordinario).
En fin, ¿nunca os habeis preguntado si todas esas cosas que hacemos que están apuntadas en la agenda tienen algún sentido? Es decir, si hacemos un análisis meramente utilitarista, todas esas pequeñas e interminables cosas que tenemos que hacer nos repelen muchísimo. Son esos quehaceres que te frustran al robarte miserablemente un tiempo precioso que bien podrías invertir en ver un buen paisaje o en perderte por un camino por el que nunca antes habías pasado.
Entonces, ¿qué nos hace seguir cogiendo puntualmente ese asqueroso y frenético vagón en el que apenas te dan los buenos días cuando no te tiran de él de una patada en esa zona del cuerpo tan necesaria para sentarnos frente al ordenador? Que levante la mano el que lo sepa.
Personalmente, no sé por qué sigo subida en este tren... ... pero quizá sean esos qué tales exclusivamente amistosos los que me aferren a él.
Por eso, se hace extraño que en una parada de ese carrusel de la locura y el estrés alguien te diga un qué tal y que tan sólo signifique eso: qué tal te va. Sí, a ti. ¡Con lo vanidosos que somos! -vuelvo a cobijarme y a reconfortarme en la cálida primera persona plural- ¡Oír algo así hoy en día es todo un logro!!¡Extra!¡Extra! (extraordinario).
En fin, ¿nunca os habeis preguntado si todas esas cosas que hacemos que están apuntadas en la agenda tienen algún sentido? Es decir, si hacemos un análisis meramente utilitarista, todas esas pequeñas e interminables cosas que tenemos que hacer nos repelen muchísimo. Son esos quehaceres que te frustran al robarte miserablemente un tiempo precioso que bien podrías invertir en ver un buen paisaje o en perderte por un camino por el que nunca antes habías pasado.
Entonces, ¿qué nos hace seguir cogiendo puntualmente ese asqueroso y frenético vagón en el que apenas te dan los buenos días cuando no te tiran de él de una patada en esa zona del cuerpo tan necesaria para sentarnos frente al ordenador? Que levante la mano el que lo sepa.
Personalmente, no sé por qué sigo subida en este tren... ... pero quizá sean esos qué tales exclusivamente amistosos los que me aferren a él.
2 comentarios:
ke guay el artikulo!!! yo siempre digo "qué tal?" y esas cosas, bueno...
Gracias por tu comentario anonimous!! jeje. Lo agradezco tanto o más que un "¿qué tal?"!!!!;-)
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