Al volver del anodino y decadente trabajo, nada reconfortaba más a Rodolfo Maguto que releer, degustar, saborear una vez más un párrafo grandioso y magistral de su mejor amigo y psicoterapeuta:
"Nos encontramos, pues, con la misma diferencia que eternamente existe entre el tonto y el perspicaz. Éste se sorprende a sí mismo siempre a dos dedos de ser tonto; por ello hace un esfuerzo para escapar a la inminente tontería, y en ese esfuerzo consiste la inteligencia. El tonto, en cambio, no se sospecha a sí mismo: se parece discretísimo, y de ahí la envidiable tranquilidad con que el necio se asienta e instala en su propia torpeza. (...) No hay modo de desalojar al tonto de su tontería, llevarle de paseo un rato más allá de su ceguera y obligarle a que contraste su torpe visión habitual con otros modos de ver más sutiles".José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas
Sólo entonces, tras la lectura terapéutica y analgésica, lograba Rodolfo Maguto conciliar el sueño y, acurrucado entre las sábanas de su fría soledad, soñaba con rebelarse contra un mundo despiadado... y digamos que en absoluto perspicaz.